En las sociedades occidentales, la irrupción de la mujer en el mercado laboral ha propiciado la aparición de toda una serie de mecanismos que intentan contrarrestar los efectos negativos derivados de la maternidad para las mujeres que deciden ser madres. Desarrollos legislativos para evitar la marginación, presiones sindicales, prestaciones económicas, ayudas sociales o guarderías se han ido encargando de minimizar estos inconvenientes. Gracias a ello, la madre trabajadora puede continuar con su actividad sin grandes complicaciones. En Benín de forma general, pero de manera mucho más evidente en la sociedad rural, la maternidad no está tan protegida como aquí.
En Benín no hay cochecitos para bebé, ni sillas de paseo, ni carricoches para los niños, aunque eso no impide a las beninesas continuar con sus actividades habituales tras el parto. Después del alumbramiento llevan a cabo el mismo trabajo de siempre y con la misma intensidad, siguen desplazándose de un lado a otro, continúan con las labores domésticas, siguen yendo a vender productos a los mercados. Ahora bien, desde que son madres y durante un tiempo indefinido, que puede llegar hasta los cuatro años o incluso más, todas esas tareas las realizan con un niño colgado con especial maestría a su espalda. Es el peso de la maternidad. Es el peso del cariño.